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Bienvenida a mi vida...

Nací en Brasil en el año de 1977 de padres muy jóvenes. Fui la primera hija y nieta por parte materna. Mi hermano llegó cuatro años más tarde. Mis padres eran miembros de una doctrina patriarcal donde la mujer tenía que ser obediente y sumisa. Crecí bajo dogmas, castraciones y limitaciones. No pude ser una niña auténtica y libre. Escuchaba constantemente “no puedes hacer, ver, hablar, pensar, vestir o peinar de esta manera porque eres mujer”. Mis padres eran muy severos y si no obedecía me azotaban. Me sentía rechazada e infeliz por no ser amada y aceptada como yo necesitaba. Sólo tenía ganas de crecer rápido y volar por el mundo.

Cuando tenía 12 años mis padres se divorciaron. Mi madre, mi hermano y yo fuimos a vivir muy lejos de mi padre. Él era el único que a veces me miraba y hablaba de manera más cercana. Separarme de él fue un impacto emocional muy grande. Sentí perder el suelo, mi mente no se centraba en nada, repetí el curso y lloraba mucho a escondidas. Además, sufría bulling en el colegio por vestirme como una señora mayor y casi no hablar con nadie. Tampoco sabía gestionar los cambios físicos y emocionales de la pre adolescencia y la ausencia de mi padre.

A los 17 años me cambié de colegio. Conocí en mi clase un chico que era mayor que yo. Empezamos a conocernos, pero yo no estaba enamorada de él. Después de dos meses de insistencia, lo llevé a que conociera a mi madre. A ella no le cayó muy bien pero aceptó el pedido formal de ser mi novio. Él algunas veces me decía que tenía ganas de casarse conmigo pero yo le decía que era muy joven y que mi deseo era ser una mujer libre, independiente y viajar por el mundo.

Un día llegamos al colegio para estudiar y recibimos la noticia de que los profesores estaban de huelga. Inmediatamente mi novio me invitó a su casa y le contesté que no podía. Estaba en mi semana fértil y no quería arriesgarme a quedar embarazada. Me dio una explicación un poco dudosa, pero acepté ir con él. Era un hombre maduro y tenía más experiencia sexual que yo. En su casa algunas horas más tarde viví uno de los impactos emocionales más fuerte de mi vida.

Él no cumplió con lo que prometió que haría para que yo no quedara embarazada. Y le pregunté la razón de tal estupidez, me confiesa riendo “ese era mi plan, embarazarte para casarme contigo”. Entré en choque, sentí engañada, traicionada y no podía creer en lo que estaba escuchando. Después de dos semanas hicimos el test y cuando el resultado sale positivo me amenaza con que si provoco un aborto me ponía en la cárcel. Ya que en mi país estaba prohibido el aborto.

Estaba asustada y no sabía lidiar con este huracán de emociones y sentimientos. Mi única salvación era mi madre. Pedirle que no me dejara casarme con él. Cuando consigo por fin llenarme de coraje para hablar con mi madre. Su respuesta fue: “no quiero una hija madre soltera, lo siento pero tienes que asumir esta responsabilidad”. Estaba tan desesperada que pensé: “no voy a ir al matadero así tan fácilmente”. Mi esperanza era que él aceptara mi propuesta, cuando el bebé tuviera un año, él me daría el divorcio. Para mi sorpresa él, aceptó mi propuesta. Firmamos los papeles y fuimos a vivir en la misma parcela donde vivía mi mamá. Tuve un embarazo muy tormentoso lleno de maltratos y desgastes emocionales que me hizo enfermar. Sufría crisis de migrañas fortísimas. Tuve un parto complicado y depresión post parto. Cuando mi primer hijo tenía nueve meses quedé embarazada de nuevo. De esa vez no tuve miedo y pedí el divorcio por adelantando no quería esperar más. Y cuando mi segundo hijo tenía 6 meses conseguí por fin el divorcio.

Sin la ayuda del padre, decidí cambiar de ciudad para que pudiera cumplir mi responsabilidad de padre y madre en paz. Fueron años de mucho sacrificio y dificultades. Pero ellos eran mi inspiración y motor para seguir adelante. Mi sueño desde niña era vivir en el extranjero. Yo y mi madre deseábamos conocer y vivir en la tierra de nuestros ancestros, España.

En 2007 mi madre llega a Madrid. Fueron 3 años de espera hasta que en mayo de 2010 pudimos ir mis hijos y yo.

Comencé a trabajar en la empresa de mi madre, en esa época me dedicaba a la autoestima y bienestar femenino.

Todos estábamos muy ilusionados y felices con la nueva vida. Pero esa felicidad no duró mucho tiempo. A los 6 meses de recién llegada, conocí mi supuesto príncipe encantado. Él vino a vivir con nosotros y comenzamos a adaptarnos a él en todos los aspectos de nuestras vidas. Poco a poco, sin darme cuenta vivía para sus planes, no tenía amigos y dedicaba poco tiempo de calidad a mi familia. Demandaba mucha atención, tenía rasgos narcisista y psicopatía. Yo ya no trabajaba con mi madre y cada día perdía mi identidad y autoestima. Estaba acostumbrada a los maltratos, celos, manipulaciones y amenazas. Mi madre intentaba ayudarme con sus consejos, pero mis carencias emocionales, miedo al abandono y rechazo me dejaban ciega.

Me sentía incapaz de romper esta relación tóxica. Una madrugada después de una crisis de celos, me rompió el teléfono y me agredió fuertemente en la cabeza. Ese fue uno de los impactos emocionales más intensos donde sentí mucho miedo, pensaba: “aquí se acaba mi vida”. Mi madre me ayudó a denunciarlo, pasé por el juicio y me dieron la protección del alejamiento. Pasé un buen tiempo experimentando la noche más oscura del alma. Sentía todas mis heridas de infancia y adolescencia sangrar.

Sin ganas de vivir estaba sumida en la depresión, hasta que un día tomé la decisión más importante de mi vida… Dejar de esperar por príncipes encantados y rescatarme a mí misma de ese pozo oscuro.

Sequé mis lágrimas e hice un voto de compromiso conmigo misma. Me prometí aprender a respetarme y valorarme. Busqué ayuda de varios profesionales y empecé mi camino de autoconocimiento.

En 2015 conocí una herramienta muy poderosa de desarrollo humano, Biodanza. Iba a las clases semanalmente con mi madre y poco a poco fui recuperando mi identidad, autoestima, valores, afectividad y la confianza. Además, mi relación con mi madre cambió para siempre. A partir de allí empecé a formarme, estudiar e investigar el mundo femenino en profundidad. Fueron varios años de búsqueda y sanación interna hasta que logré hacer las paces conmigo, con mi pasado, pude perdonarme y liberar mis heridas de infancia y adolescencia. Esa transformación interior empezó a ser notada en el exterior.

Las mujeres que me conocían empezaron a pedirme consejos y poco a poco las iba explicando lo que yo había hecho conmigo misma. Descubrí que ayudar a otras mujeres me motivaba, verlas liberadas y felices me hacía sentir plena. Eso me inspiró a construir un programa donde, a través de una metodología paso a paso, entrego todas las herramientas que me ayudaron en mi proceso de transformación.

Hoy me siento una mujer, madre e hija orgullosa de mi historia. Mi sonrisa siempre estuvo allí para darme fuerza y levantar cabeza. Estoy eternamente agradecida con mis hijos y con mi madre por ser mi inspiración.

Ojalá mi historia te inspire y te llene de coraje para empezar tu proceso de transformación y lograr ser la heroína de tu propia historia.

Gracias por leerme.